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Tengo treinta y cinco años, y aún creo en Papá Noel.

Recuerdo bien aquel día oscuro en el que mis amigos me dijeron que Papá Noel no existía. Me quedé fatal. Sentí una pesadez en el estómago, y de repente los colores de la Navidad ya no brillaban como antes. Me hicieron sentir como un bebé por creer en Papá Noel, así que rápidamente abandoné esa creencia. No quería parecer tonto. No quería ser “el rarito”.

Pero cuando me quedé a solas, empecé a darle vueltas. Si Papá Noel no existía, ¿de dónde venían todos los regalos que aparecían debajo del árbol año tras año? Si Papá Noel no existía, ¿cómo es que mis cartas siempre desaparecían de la repisa de la chimenea? Además, ¡yo había visto a Papá Noel un montón de veces! Nos lo habíamos encontrado en muchas ocasiones en el centro comercial y en las calles de Nueva York, y tenía fotos para demostrarlo. Una vez, incluso se presentó en mi casa el día de Navidad.

¡Hubiera sido totalmente irracional por mi parte pensar que Papá Noel no existía! Afirmar que Papá Noel tan solo era una leyenda que había evolucionado durante generaciones; aceptar que las muchas apariciones de Papá Noel eran alucinaciones mías y de todos los demás… Para llegar a ese tipo de conclusiones tendría que haber ignorado de forma deliberada todas las evidencias.

Pero resulta que las conclusiones de mis amigos no habían sido del todo exactas. No es que Papá Noel no existiera; sino que Papá Noel no era quien yo pensaba.

Resulta que Papá Noel era mucho mejor de lo que pensaba. Sí, podía dar regalos y recoger cartas, y podía hacer desaparecer la montaña de galletas que le dejamos la víspera de Navidad.

Pero, afortunadamente, no vivía en el Polo Norte. No era alguien al que solo podía ver momentáneamente, una vez al año. No era alguien que solo me quería si me había portado bien y no había hecho travesuras. Las buenas noticias eran que Papá Noel estaba conmigo todo el año, que me quería y siempre estaría a mi lado pasara lo que pasara. Papá Noel sí existía, solo que cuando se reveló por completo el misterio, eran papá y mamá.

Todos recordamos alguna vez en la que alguien nos ha dicho que Dios no existe, y quizá nos han hecho sentir como “el rarito” por creer algo así. ¿Dejamos de creer en Dios porque después de reflexionar y darle vueltas llegamos a esa conclusión, o simplemente porque no queremos parecer tontos?

Si Dios no existe, ¿cómo empezó el universo? ¿Por qué está diseñado con la precisión y la complejidad exactas para que haya vida? ¿Por qué la materia que contiene está sujeta a leyes morales? ¿Por qué es ordenado y comprensible? ¿Por qué es bello? ¿Por qué el nacimiento de un bebé es un milagro que tan claramente trasciende la suma de la reacciones químicas que tienen lugar? ¿Por qué hay tanta gente que consulta las constelaciones del espacio y su conciencia interior y sabe que hay algo más? ¿Por qué cientos de personas aseguraron ver a Jesús y pasar tiempo con él después de que lo mataran, aun a riesgo de perder sus vidas? ¿Por qué hay millones de personas en todos los rincones del mundo convencidas de que a diario pasan tiempo en su presencia: que hablan con él, que él les escucha y que les responde? Al ignorar a Dios, ¿no habremos ignorado las evidencias?

¿Y si lo que ocurre no es que Dios no existe? ¿Y si Dios simplemente no es quien nosotros pensábamos? ¿Y si resulta que Dios es mucho mejor, mucho más grande?

Sí, Dios es suficientemente poderoso para crear el universo, y para diseñarlo con orden y precisión. Pero Dios no es el Dios distante de los deístas. Dios no es alguien al que solo puedo divisar, como mucho, momentáneamente. Dios no es alguien que nos ama con la condición de que nuestros buenos actos pesen más que nuestros actos egoístas. Cuando se revela por completo, sí, Dios sigue siendo el Creador y el Diseñador de todo, pero es nuestro amigo que nos ama sin condición. Por nosotros, Dios estuvo dispuesto a que le vieran como un tonto, y como un bebé.

No es que Papá Noel no exista; es que son papá y mamá. ¡Y eso son buenas noticias! ¿Y si, del mismo modo, el Dios en el que muchos han dejado de creer sí existe? ¿Y si Dios no vive allá arriba en el cielo? ¿Y si no solo le veremos cuando muramos? ¿Y si habitó entre nosotros y hoy vive dentro de nosotros? ¿Y si Dios es Abba, es decir, Papá?

Esta Navidad, ¿por qué no volver a creer en el verdadero Papá Noel, y por qué no creer en Dios también?

 

Traducción: Dorcas González Bataller

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